jueves, 6 de diciembre de 2018

LA SOCIEDAD GARCAFÓBICA

Garcafobia: aversión a garcas, jodedores, mentirosos, estafadores, delincuentes, corruptos, chorros, coimeros, violentos, hipócritas e individuos de similar calaña, que perpetran actos contra la convivencia y el bienestar ciudadanos, generalmente parapetados detrás de algún cargo público. Suelen simular su accionar con palabras bonitas, gesto adusto y discursos efectistas, mientras aumentan su bienestar personal con el dinero de todos. Su accionar genera al garcafóbico. Contra esta afección no existe vacuna conocida ni tratamiento, excepto el voto.

Décadas atrás la película "Network poder que mata" (dirección de Sidney Lumet, con actuaciones de William Holden, Faye Dunaway, Peter Finch y Robert Duvall) mostró a un veterano periodista de TV que se vuelve loco al ser despedido debido al bajo rating de su programa, y que anuncia que se va a suicidar en vivo ante las cámaras en uno de los días siguientes, ya que le restan algunas salidas al aire para cumplir su contrato. En lugar de ello, y dada la altísima repercusión que logra con ese truculento anuncio, comienza una renovada carrera, pero no como conductor de noticias, sino como presentador de un programa de variedades disconforme con el estado de cosas reinante, y que de algún modo refleja el modo de sentir de la gente lisa y llana. Su latiguillo: "estoy harto y no pienso seguir soportando esto" trasciende, se generaliza más allá de cualquier previsión, y amenaza con volverse un desafío real contra el poder establecido que lo percibe como tal, y que termina disponiendo las cosas más o menos a su conveniencia. De algún modo, Howard Beale (el personaje loco que interpreta Peter Finch) es una profecía de otros grandes disconformes de la vida real, como Trump o Jair Bolsonaro. Sólo que su locura lo frustra. Pero siendo un profesional de la comunicación, disponía de los medios para alcanzar la sensibilidad de la gente hace más de 40 años.

Mucho más acá en el tiempo, Ricardo Darín en la película "Un cuento chino" interpreta a Roberto, el dueño de una pequeña ferretería harto de que lo caguen por monedas: "ladrones de mierda, son todos garcas, la p... que los parió" suelta indignado luego de comprobar - se nota que van muchas veces que le ocurre lo mismo - el número de tornillos Phillips que deberían venir en la caja que compró, y que trae menos que los que declara contener. La de Roberto es una lucha más íntima; la de un hombre que pretende mantener determinados valores de conducta, frente a personas tan comunes como él, pero que encuentran natural no respetarlos. No va más a fondo simplemente porque no quiere; no porque carezca de medios. Al contrario; los tiene a su disposición. Él mismo compra diarios viejos y revistas por Internet, sólo que lo hace a través de un amigo. Las cosas han cambiado: no hace falta ser un profesional de los medios para llegar a una audiencia global.

Cuarenta años atrás Beale estuvo a punto de percibir cómo hacer para cambiar las cosas para mejor, pero su locura se lo impidió. Los medios para hacer llegar su mensaje estaban a su disposición, ya que era un periodista y - a su modo - un comunicador excepcional. Hace diez, Roberto el personaje que interpreta Darín, no maneja las herramientas que le permitirían hacer un aporte, ni se propone hacerlo. Sólo quiere no formar parte de la mierda. Proteger su metro cuadrado hasta donde puede. Pero casi todas las herramientas las tiene a mano, y ni siquiera tiene que ser un profesional, como sí lo era Beale.


Es claro que ninguno de los dos es político y que tampoco aspiran a serlo. Pero, ¿ qué pasa si aparece alguien que se da cuenta del hartazgo de la gente, y aprovecha las herramientas que el mundo de hoy pone a su disposición ?

La respuesta a esa pregunta ya la conocemos: en USA se llama Trump, en Brasil se llama Bolsonaro, se llama Macrón en Francia ... acaba de aparecer Santiago Abascal en Andalucía, para consternación de la progresía española ladrona, ventajera y malversadora, pero políticamente correcta. Todos ellos gastaron sustancialmente menos dinero en sus respectivas campañas que sus adversarios, que provenían del riñón de la política, y que estaban respaldados por la gran prensa y por la compleja, sofisticada y aparentemente invencible estructura partidaria. A Trump le dijeron de todo desde el mismo partido republicano que terminó representando. Bolsonaro, inserto en su realidad brasileña, simplemente usó un partidito menor, casi un sello de goma, que le permitió ser candidato. También con él se ensañó la llamada gran prensa. Tampoco sus adversarios dejaron epíteto descalificador sin emplear. Ni hablar de los llamados 'movimientos sociales' que se desgañitaron clamando 'Ele nao' y haciendo la campaña llamada 'todos contra Bolsonaro'. Macrón - al que no le prestamos tanta atención pero que es otro ejemplo de outsider, tal vez el más claro - fundó su movimiento en abril de 2016, en agosto del mismo año empezó su campaña declarando públicamente y con honestidad que ya no se sentía socialista, y un año después fue elegido Presidente de Francia. El gobernante francés más joven desde Napoleón Bonaparte. Ahora mismo enfrenta el desafío de los "chalecos amarillos", una masa anónima de autoconvocados cuya filiación política puede ser cualquiera, pero que se declara harta de pagar impuestos. En cuanto a Abascal, es suficiente decir que los garcas de la política tradicional de izquierdas le hicieron la misma campaña en contra que le hicieron a Bolsonaro en Brasil, y cosecharon un resultado parecido.

Todos ellos y unos cuantos más están expresando algo, y ese algo se llama garcafobia. La fobia que sentimos los ciudadanos votantes contra los políticos y politicastros que nos endilgan un discurso bonito, lleno de buenas intenciones, mientras nos roban con descaro y - casi siempre - con impunidad. Y expresamos a través del voto - como siempre - nuestra disconformidad y nuestro rechazo. No queremos más de esto. Queremos gobernantes que se manejen con honestidad, con decoro y si es posible con alguna dosis de capacidad.

Para usar solamente el ejemplo más cercano; la ciudadanía de Brasil no hizo un curso acelerado de fascismo, complementado con un master en maldad. Simplemente miró el panorama, y eligió al tipo de trayectoria honesta y que habla claro acerca de los principales problemas que aquejan hoy a Brasil: violencia sin límites, crisis económica, y corrupción rampante. Ante eso, otros discursos se quedan cortísimos: que te di derecho a ... que te reconocí tal condición ... que te incluí ... a condición que mirases para otro lado mientras me robaba todo, y todos los indicadores sociales y económicos apuntaban al desastre.

Los colectivos y partidos de izquierda - inconformistas por esencia, y conscientes de su derrota en lo que refiere a doctrinas políticas, económicas y sociales - ya sea que estén en el gobierno o en la oposición, hace mucho tiempo que levantan como únicas banderas con capacidad de movilización, de protesta y de adhesión a su causa, a las diversas identidades que nuestro mundo occidental produce en abundancia. A esta altura para ellos lo ideal es que los individuos se identifiquen no con una clase social; sino con un grupo étnico, sexual, lingüístico, racial, religioso. Dispensan apoyo moral, material y legal a los particularismos del tipo que sean. Buscan y fomentan dentro de esos colectivos a personas que están más preocupadas por hacer predominar los derechos de su grupo de pertenencia, que por  el mayor bienestar social. Por ejemplo; el derecho a recibir un trato legal favorable en nombre de agravios pasados o presentes, reales o más o menos imaginarios. Con no poca frecuencia consiguen que en lugar de preguntarse qué puede hacer por su país, la gente empiece a centrarse en quién es y qué siente que debe hacer su país - en buen romance, sus conciudadanos - por el grupo al que pertenecen. 

Se ha entrado en una cuestión muy casuística: respeto al homosexual, respeto al miembro de una raza minoritaria, respeto a la persona de otro sexo, respeto al extranjero ... No se quiere educar como se debe, que es sencillamente en el respeto al ser humano individual, por el mero hecho de serlo. Si así se hiciera, no habría luego ninguna explicación que dar acerca de las características que cada persona en particular quiera o se sienta impulsada a desarrollar, en tanto respete la ley y mantenga en su esfera privada lo que ahí debe ser mantenido. Así fue siempre y así debe seguir siendo luego que pase la onda infantil de los particularismos impulsada, manipulada y fogoneada por la izquierda tramposa y además ladrona toda vez que puede.

Es claro que en una situación así, el concepto de Estado y una actitud de estadista poco tiene para hacer, y mucho menos para aportar. La prospectiva pasa a ser un ejercicio inútil. 

Pero somos muchos los que nos damos cuenta de la trampa, y aspiramos - tal vez sin darnos cuenta plenamente - a que vuelva la hora de poner el énfasis en la generalidad de la cosa pública y en la fundamental importancia de la unidad colectiva para hacer de la Patria un lugar mejor para todos sus habitantes. Somos muchos los que nos hemos dado cuenta de la forma de accionar de los garcas, y de la estafa moral y material que implica. Y nos hemos vuelto garcafóbicos. Sin vueltas y sin matices. Y aspiramos a que desde la política alguien empiece a decirlo y nos represente.

Somos muchos los que estamos esperando a que alguien empiece a hablar alto y claro: "estoy harto y no pienso seguir soportando esto", como Beale. O - como Roberto - "ladrones de mierda, son todos garcas, la p ... que los parió". 

Los medios para hacerse escuchar están a disposición.